jueves, 22 de abril de 2010

Un capítulo de la novela

Dejo aquí para usted el primer capítulo de la novela Los huesos del héroe seleccionada para su publicación en el Certamen para publicación de obras literarias 2010, del Centro Nicaragüense de Escritores. Para saber más sobre la novela escríbame a guacalon@gmail.com


Capítulo I

Don Juan Lemes era un personaje muy conocido y estimado en el Rivas de la primera mitad del siglo veinte. Era don Lemes ─que así era llamado por todos─ un hombre tan rico y poderoso que resultaba difícil creer que su inmensa fortuna la debía a un burro. Quienes escuchaban la historia pensaban que se trataba más bien de una leyenda, pero así había ocurrido en realidad y el mismo don Lemes solía referir entre risas la larga historia del burro.

Antes de encontrarse con el burro que habría de cambiar su vida, Juan Lemes trabajaba como mozo de una hacienda ganadera vecina de la pequeña finca en la que vivía con su madre viuda y una decena de hermanos. En la finca propia tenían los Lemes algunas vacas viejas y algunos siembros, pero Juan y otros dos hermanos en edad de trabajar salían al vecindario a buscar empleo para poder completar la dieta de la familia. Un domingo, temprano por la mañana y mientras Juan se bañaba desnudo sacando agua con un huacal de la pila para el ganado, se apareció por la finquita un hombre aindiado, descalzo, cargando al hombro sus zapatones y con un mecate atado a la altura del ombligo a manera de cinturón. Detrás del hombre aquel, jalado por una cuerda, caminaba un burro que parecía bastante joven y se veía en buenas condiciones. El hombre preguntó si podía aguar al burro y Juan le respondió afirmativamente y siguió bañándose. Mientras Juan se bañaba y el burro bebía sin prisa, el hombre del burro empezó a hablar. Venía a ofrecerle el burro en venta a Juan y decía que era aquel un animalito muy inteligente y muy trabajador y que con dolor de su alma lo vendía, nada más porque la madre de su mujer estaba muy enferma y quería llevarla al curandero.

─¿Y para qué me puede servir este burro? ─preguntó Juan empezando a secarse─ ni siquiera lo puedo montar porque no es muy grande que digamos y casi me llegarían los pies al suelo.

─No, este burro no es para montarlo ─dijo el hombre─, sería un desperdicio y un pecado montarlo pues este burro es casi una persona, más inteligente que mucha gente que yo conozco.

─¿Será que sirva para jalar agua? ─preguntó Juan.

─Puede ─dijo el hombre aindiado─, puede que sirva, pero muy fuerte no es. Además no va a aguantar todo un día de trabajo jalando agua, no sólo por lo pesado del trabajo sino también por lo aburrido. A él no le gusta trabajar todo el día en una sola cosa. El trabajo ha de ser variado, si no, se aburre y no sigue y no hay modo de convencerlo de seguir trabajando.

─Se aburre y no sigue ─repitió Juan divertido e incrédulo.

─Sí, si tiene que hacer sólo lo mismo todo el día, se deja caer al suelo como muerto y lo pueden matar a palos, pero de ahí no se levanta ─dijo el aindiado.

─¿Y qué trabajo le gusta hacer a este burrito tan fino? ─preguntó Juan, irónicamente.

─Andar caminando de aquí para allá, eso sí le encanta, más si tiene que ir por caminos que no conoce. Ahí hay que irlo frenando más bien.

─¡Ah! es un burro vago pues ─dijo Juan.

─Así pongámosle ─dijo el hombre del burro─, pero no es así.

─O sea que este burrito podría servirme para ir a traer sal a Las Salinas, que es lejos y el burro no conoce y le va a gustar y no se va a aburrir.

─Bueno, tampoco le gusta llevar cargas muy pesadas ─dijo el vendeburro─, si lo sobrecargás no dice nada y ahí va, calladito, que parece que va tranquilo, pero apenas te descuidás empieza a morder las cosas hasta que se las arranca del lomo.

─Es un burro mañoso pues ─dijo Lemes a quién el burro le parecía cada vez peor cosa.

─No, no es mañoso, en otro burro serían mañas, en este es inteligencia, bandidencia del burro.

─¡Ah! es bandidito pues el burrito ─dijo Lemes, burlándose, pero el vendedor del burro no se dio por enterado.

─Déjeme contarle ─dijo el vendeburro─, la primera vez que lo cargué le puse un quintal de azúcar dividido en dos sacos, uno a cada lado, encima de un aparejo. Dos arrobas a cada lado del lomo pues, y yo pensé "así va tranquilo este burrito, un quintal no es nada" y me fui adelante de él, jalándolo. Por el camino sentía yo que el burrito a veces me jalaba la cuerda, pero yo no le hice mucho caso pues iba pensando en una mi mujer que tuve una vez. Así fuimos andando y andando, yo pensando babosadas. Cuando me acordé del burro y miré para atrás vi que el bandido había roto los sacos con los dientes y casi todo el azúcar se había caído por el camino. Ahora me da risa pero entonces me entró una arrechura que casi lo maté al pobre burro a coyundazos. Yo busqué un garrote para darle, de tan bravo que estaba, pero por suerte no lo encontré porque si no lo desnuco ahí nomás.

─No le gusta cargar pues al burrito ─dijo Juan, resumiendo el cuento.

─No es eso, cargar el carga, pero no mucho.

─¿Hasta cuánto puede cargar entonces? ─preguntó Juan, aburriéndose ya del cuento del burro.

─Tres arrobas las carga contento, más no ─dijo el vendeburro.

─Si no, le entra la maña de morder las cosas.

─Es que no es maña, es que es un burro que se da a respetar ─dijo el dueño del burro.

─Este burro te tiene engañado, te da a creer que sus mañas son de inteligencia.

─No, que va a ser ─se defendió el vendedor─ es que yo lo he venido entendiendo así como usted lo va a entender, ya va a ver.

─Yo no tengo que entender a ese diablo, después de hoy ya no lo vuelvo a ver nunca más ─dijo Juan sin ocultar su disgusto por la mañosa bestia.

─Ya ve, según él usted lo va a comprar.

─Decime una cosa: si querés venderme este burro ¿por qué me contás todas esas mañas que tiene? ─preguntó Juan.

─Es que yo no lo quiero vender en realidad, es el burro mismo quien quiere que usted lo compre. Yo le dije lo mismito que usted me está diciendo, que si le contaba sus cosas usted no lo iba a comprar, pero él me dijo que usted tenía que saber todo esto y aun sabiéndolo lo iba a comprar "y es mejor que vaya sabido", me dijo.

─O sea que es un burro que habla ─Juan iba ya impacientándose con aquel hombre insistente.

─No, no habla, no con voz de persona, pero uno le habla y lo queda viendo y él le responde a uno en el pensamiento, yo no sé cómo le puedo explicar. Ya va a ver usted mismo.

─Yo diría que vos y tu burro están más bien locos, los dos, o a lo mejor sos sólo vos el que está loco, con perdón de la palabra ─y al decir esto Juan estaba serio, sospechando que aquel hombre quería tomarle el pelo.

─Eso piensa mi mujer también, que estoy loco y odia a muerte al pobre burro. Según ella el día que lo venda voy a volver a ser yo mismo otra vez ─dijo el hombre.

─Por eso querés venderlo y además con los reales vas a pagar la cura de tu suegra que está enferma ─dijo Juan, recapitulando.

─El entierro más bien ─respondió el vendeburro.

─¿Cómo sabés que se va a morir? ─preguntó Lemes.

─El burro me contó que estos reales van a servir para pagar un entierro.

─Ese bandido te está engañando para que lo vendás ─dijo Lemes.

─Qué va, y que bueno que dice usted esto porque se me olvidaba decírselo: este burro no miente, con todo y lo bandido que es, no sabe lo que es mentir. Cualquier cosa que le diga es cierta, así que tenga cuidado con lo que le pregunta, que puede ser que la respuesta no le guste a usted. A veces es mejor no saber la verdad de las cosas ─dijo el vendeburro.

─Pero se puede equivocar ─dijo Juan Lemes, siguiéndole la corriente.

─Jamás, si el burro dice que una cosa va a pasar, pasa. El burro ni miente ni se equivoca.

─Pero te dijo que yo lo voy a comprar y ya ves, no lo voy a comprar ─dijo Juan sonriente, pensando de este modo echar por tierra la argumentación del hombre.

─Quién sabe ─dijo el vendedor─ el día está entero todavía.

Era cierto, cuando Juan terminó de vestirse el día estaba aún entero. Juan hizo un amago de retirarse de la pila y entrar en la casa, pero el hombre del burro no se movió de su sitio. Juan era hombre de trato amable y enorme paciencia así que se quedó aún un momento, decidido a agotarle el cuento al vendedor para decirle luego que no y ver si de este modo se iba.

─¿Y cuánto vale este burro? ─preguntó Juan, sabiendo de antemano que no compraría aquel burro pues nunca había pensado comprar uno y si un día compraba uno, no sería ese burro descarado y mañoso e inútil.

El aindiado dijo una cifra que hizo pelar los ojos a Juan Lemes. Era un precio muy alto, demasiado alto para un burro lleno de mañas, que no podría montar, con el que no podría jalar agua ni ir a buscar sal para el ganado.

─Más bien caro el burrito este ─dijo Juan sacudiendo la cabeza y continuó─, no, la verdad que este burro no me conviene, ni a ese precio ni a otro, a lo mejor Morales, mi patrón, te lo quiere comprar para echárselo a sus yeguas. Andá ofrecéselo a él.

─No don Juan ─dijo el dueño del burro─ este burro quiere que usted lo compre, no cualquier persona sino usted.

─Oíme, a todo esto, ¿cómo es que sabés que me llamo Juan? ─preguntó Lemes, tratando de aguantar la risa frente al último argumento─ ¿y cómo es eso que el burro quiere que yo lo compre?

─Este burro saca la suerte. Es un burro sabio y le dice a la gente las cosas que van a pasar. A mí me dijo "andá vendeme donde Juan Lemes que ese hombre me va a comprar" y aquí me vine donde usted, caminando desde oscurito.

─¿Y te dijo el burro qué cosa voy a hacer con él, en qué lo voy a emplear? ─Juan, hombre muy curioso, no podía escapársele al burro.

─Me dijo, pero me dijo también que no se lo dijera a usted, pues usted mismo tenía que descubrirlo más adelante ─el hombre del burro hablaba con tranquilidad y aplomo, como quien habla de un hecho que todo el mundo sabe cierto y no necesita comprobación. Era el mismo tono que usaría alguien una mañana luminosa para decir "ya salió el sol". Hablaba sin desviar la mirada, mirando a los ojos de Lemes, como hace la gente que no miente. Estaba convencido de lo que decía y Juan cayó en la cuenta que el hombre no era un embaucador, talvez estaría loco pero un tramposo no era.

─O sea que según vos yo te voy a comprar ese burro enclenque.

─Es más bien un burro sajurín y no es según yo que usted lo va a comprar, don Juan, sino según el burro mismo, ya se lo dije.

─¿Y por qué me decís "don Juan"? ─preguntó Lemes divertido─ los dones son ricos y yo duermo en hamaca porque ni petate tengo. Soy hasta más pobre que vos seguramente.

─El burro me contó que usted va a ser un día un hombre rico, más rico que Morales su patrón ─dijo el vendeburro.

─Ojalá Dios le oiga a ese burro tuyo ─dijo Juan.

─Le oye ─respondió el vendeburro─, le oye.

Para entonces Juan Lemes había terminado de asearse y de vestirse y ya nada tenía que hacer en la pila. Su madre y sus hermanos se habían ido a oír misa al pueblo pero él prefería no salir de la casa los domingos. Todavía no había comido nada esa mañana así que se dispuso a hacer café y huevos fritos y calentar los infaltables frijoles que su madre había preparado más temprano aquella misma mañana. Como el vendedor del burro no parecía querer irse lo invitó a comer pues esa era la costumbre de entonces.

─Voy a hacer café ─dijo Juan, que estaba ya casi simpatizando con aquel hombre raro─, ¿quiere dar un bocado?

─Pues no me caería mal un bocadito ─respondió el hombre─ ¿me da permiso de bañarme antes de comer?

─Báñese si quiere, sólo que la pila ya casi no tiene agua.

─Yo voy a sacar más agua ─dijo el hombre, a la vez que tomaba el mecate y el cubo y lo lanzaba al pozo.

Mientras Lemes hizo café y preparó el desayuno, el hombre aquel sacó agua del pozo con energía hasta llenar la pila y se bañó luego. El burro, mientras tanto, dormitaba a la sombra de un almendro. En el desayuno de frijoles, tortilla, cuajada y huevos fritos en manteca de chancho, Juan y el hombre del burro continuaron la conversación amenamente. Sin que Juan se lo pidiera, el hombre prudentemente no habló más del burro durante la comida. Al final de la comida Juan despidió al hombre.

─Bueno amigo ─dijo Juan─ espero que le haya caído bien el bocadito. Ahora tengo que seguir con mis obligaciones y usted seguramente que quiere seguir su camino.

─Don Juan, le agradezco mucho que haya compartido su comida conmigo. He comido muy bien y ya me voy, apenas me pague usted el burro hago viaje.

─¡Vuelve la mula al trigo! ─exclamó Juan, cansado de la insistencia del hombre─, es que yo no voy a comprar ese burro.

─Don Juan, ese burro no se equivoca ─dijo el hombre humildemente, a manera de argumento.

─Mire amigo, hasta ahora he sido amable con usted así que sea usted también amable y no siga queriéndome vender ese burro, que yo no necesito ningún burro ni voy a comprar ninguno ─Juan estaba ya visiblemente molesto.

─Está bien don Juan, como usted diga ─dijo el vendeburro─ me rindo, ya no lo voy a molestar más. Sólo hágame un último favor y ya no insisto: hable usted con el burro y dígale que no lo va a comprar. Dígaselo usted porque lo que es a mí no me va a creer, va a pensar que yo no lo quise vender y va a ir todo el camino de vuelta atormentándome y quién sabe cuántos años más me va a atormentar. Yo ya tengo suficiente con una mujer que me atormenta para encima aguantar un jodido burro.

─Yo no voy a hablar con ningún burro, yo no estoy loco ─Juan hablo firme y sin levantar la voz porque la paciencia le había regresado de pronto.

─Hágame ese volado, don Juan, y hoy en la noche voy a rezar por usted para que Dios lo bendiga ─el vendeburro habló con una humildad que desarmó a Juan.

─Bueno pues, yo hablo con ese tu burro con la condición que después no sigamos hablando más de este asunto. Vos te vas tranquilito por donde llegaste y yo sigo con mis cosas.

─Le doy mi palabra de que si usted habla con ese bandido yo ya no insisto más y me voy por donde llegué y no me vuelve a ver nunca más. Y le suplico me perdone si lo he molestado, es que yo soy hombre rudo y no sé nada de vender y menos sé de cómo se vende un burro que parece inútil.

─La verdad no hay nada que perdonar, usted anda en lo que anda, vendiendo este burro mañoso y lo vende sin engaños, cosa digna de alabanza ─dijo Juan, un poco arrepentido de su rudeza─, ahora voy a hablar con él y a explicarle que no lo voy a comprar por inútil, a ver qué me dice. Vamos a ver si es cierto que este burrito es tan inteligente como usted dice que es.

Lemes agarró un pequeño banquito de una sola pata, de esos que se usan para ordeñar y se encaminó al burro. Se sentó frente a él y empezó a hablarle. El hombre aindiado se alejó de Juan y del burro para que pudieran platicar a gusto, buscó la sombra de un mango joven, se sentó recostándose al tronco, tiró del ala del sombrero para cubrirse los ojos, cerró estos y se quedó dormido inmediatamente.